viernes, 16 de septiembre de 2011


Hace tres días que amanezco frente al expresionista cine-teatro Batalha y empiezo mis pasos seguido por la mirada de Pedro de Alcântara Maria Fernando Miguel Rafael Gonzaga Xavier João António Leopoldo Victor Francisco de Assis Júlio Amélio de Saxe-Coburgo-Gotha e Bragança, no sé si hoy todavía apodado "el esperanzado". Un tranvía, el 22, tintinea dando señal para la salida. En estos tiempos tan necesitados de nuevas voces lúcidas, las calles de Oporto me han imbuido un sentimiento retro y, aunque consciente de la precariedad de mi bolsillo, esta mañana he decidido desayunar en el Majestic. Cuelgo mi cámara al cuello y desfilo hacia y por la rua Santa Catarina hasta, en no mucho más de cinco minutos, llegar y, simultáneamente, retroceder a la belle époque portuguesa. Ha amanecido nublado, la pequeña terraza que precede la entrada del café está vacía, la cruzo y me acerco a la puerta principal. De repente, me detengo estupefacto. En la primera mesa, junto a la puerta, un hombre aprovecha la suave luz diurna para leer; es moreno, de estatura media, todavía medio encorvado, es magro y tiene apariencia de judio portugués. Sentado ahí, en ese escenario, parece la reencarnación sin sombrero del mismísimo Fernando Pessoa. Ser aficionado a la fotografía cobra especial relevancia cuando se empiezan a ver fantasmas, sobre todo si uno quiere acreditar sus alucinaciones. Hago la foto precipitadamente, doy media vuelta y me alejo del café sin llegar a cruzar su puerta. Debo reconocer que, además de fotógrafo aficionado, también soy un escéptico receloso en temas fantasmagóricos o, lo que es lo mismo, un cobarde frente lo paranormal.

Yo había leído a Pessoa con anterioridad y, por tanto, sabía de sus aptitudes para el desdoblamiento pero desconocía que uno de sus heterónimos le hubiera sobrevivido. Se trata de Ricardo Reis cuyo nacimento se sitúa precisamente en la ciudad de Oporto y a quien Pessoa describe físicamente como si fuera un autorretrato. Nada se sabía sobre el destino final de Ricardo Reis hasta que en 1984 José Saramago publicó la novela El año de la muerte de Ricardo Reis cuyo título anticipa con claridad el final de la obra.

Pero yo he llegado a mis propias conclusiones, Ricardo Reis está encarnado y, por tanto, vivo; reside en Oporto, desayuna en el café Majestic mientras lee los periódicos. Y parece que, como explica Saramago en su novela, "no parecen inquietarle las noticias que llegan del mundo, tal vez por su temperamento, tal vez porque cree lo que el sentido común se obstina en afirmar, que cuanto más se temen las desgracias menos acontecen. Si esto es así, entonces el hombre está condenado, por su propio interés, al pesimismo eterno como camino hacia la felicidad, y quizá, perseverando, alcance la inmortalidad por la vía del simple miedo a morir."

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